Tras terminar Cell, una de
las últimas novelas de King, uno llegó a pensar que al último gran
monstruo del suspense y el terror se le había cerrado el almacén donde se
apilaban, interminables, nuevas historias con que sacudir el
adormecido escenario de la ficción actual. Nos hemos, por fortuna, equivocado y
nos ha engañado con sus últimos lanzamientos. Quisiera antes
comentar mi decepción por aquella prometedora novela.
La historia de Cell
era un delirio zombie a la King, es decir, sazonada con los típicos
personajes de la América profunda, los institutos de secundaria, y
la fauna propia de los locales de carretera americanos y,
naturalmente, toda una insaciable, torpe y lenta legión de
infectados, como llaman ahora los modernos a los pobres muertos
vivientes. Los móviles se tornaban en máquinas mortales, lo que nos
hace recordar al coche Christine o a la Rebelión de las Máquinas
del mismo autor. Y la premisa de partida parecía correcta. Con plaga
apocalíptica y teorías conspiratorias, por qué no. Pues no. Con un
regusto a proyecto apresurado y de guión televisivo, el resultado es
un refrito de topicazos excretados sin piedad en un relato
disparatado y mediocre hasta las heces.
Dicho esto, que tan a
desahogo a debido sonar, es momento de reconciliarnos con el autor,
quien, parece ser que, superada aquella constipación creativa, o
bien colitis, según se quiera ver, volvió por la puerta grande con
dos obras brillantes. La primera de ellas, Under the Dome,
calificada de soberbio novelón por una lectora de mi mas entera
confianza y afinidad estética; y la última, este 11/22/63,
magnífica.
Así de primeras puede
escapársele al lector esta efemérides con el fastidioso formato de
fecha anglosajón. Lo ponemos en cristiano y nos queda un 22/11/63,
otoño, los sesenta, y Estados Unidos. Sí, Kennedy, magnicidio en
descapotable a pleno día en Dallas.
El tan manoseado asunto
del asesinato y sus infinitas teorías sobre su autoría y dimensión
han hecho de este suceso histórico verdadero patio de recreo para
los conspiranoicos, ese nuevo grupo de seres adictos al facebook, al
google y a Milenio 3. Pues ésta no es tu novela, conspiranoico
amigo.
El gancho que me arrastró
a ella no fue ni el autor, ya venía escocido de aquel engendro gore
novelado, ni el tema. Fueron esos viajes en el tiempo, no hallan
resistencia alguna en mi, el viajero del tiempo, el crononauta.
Infalible ese gancho imantado que regresa osadísimo, desafiando a
Twain, Wells y a todo los autores de medio pelo que les secundaron.
22/11/63 es la mejor ficción sobre viajes en el tiempo hasta el día
de hoy, de eso no tengo duda.
El inagotable parque
temático de King, el condado de Maine, vuelve a ser punto de partida
para lo insólito. Lo imposible vuelve a hacerse visible y a
perturbar las vidas de gente normal y corriente, de escasas
ambiciones, como tú y yo, como Jack Epping, otro John Doe. Jack, el
frustrado profesor de literatura secundaria, separado de su
ex-alcohólica ex-mujer, que le dejó por otro ex-alcohólico
compañero de confesiones. Hombre aquél aburrido de su vida y de su
tiempo, atrapado en el rutinario ciclo del calendario escolar, con
sus evaluaciones, fiestas y claustros, y además abandonado. El
hombre perfecto con quien identificarnos, King lo sabe y lo explota a
las mil maravillas.
Jack será el ultimo
crononauta, y su mentor, Al, no es un científico ni su
máquina del tiempo era tal, ni tan siquiera un vehículo. El mago
esta vez, propietario del bar de hamburguesas mas barato del lugar,
ni siquiera es inventor sino descubridor. Resulta que en la despensa
del afamado local de comida rápida, tan oscura como el cuarto de los
ratones, se halla el portal para viajar a 1958. Y hasta aquí puedo
contar. A King se le lee por el placer del suspense, engancha, y en
esto es el mejor. Así que el viaje empieza o acaba aquí. Yo quiero
volver.