miércoles, 27 de febrero de 2013

El tamaño importa


El amplio colectivo de lectores devotos de la ciencia ficción tienen a Matheson como uno de sus gurúes predilectos, si bien El increíble hombre menguante no recibe la misma querencia que otras de sus obras. Las nuevas generaciones sobre todo han adoptado Soy leyenda como estandarte de su corpus narrativo. Aquella del hombre menguante era la historia del individuo que es víctima de un desafortunado accidente químico cuya consecuencia es la mengua progresiva de su volumen corporal hasta reducirlo a un ser microscópico.
Es una novela entretenida y bien escrita, cargada de aventuras en miniatura, con una incansable villana, la araña del garaje que persigue implacable al mini héroe. Pero esto no es lo que más nos llama la atención en pleno siglo ventiuno sino otras dimensiones de la obra que parecen haber sido olvidadas y que, a nuestro entender, conservan una vigencia que no deja lugar a dudas. Hay una manera muy sencilla de deducir qué aspectos son éstos, simplemente cotejando la novela con su adaptación cinematográfica y fijándonos en los pasajes eliminados. Hablamos, claro está, de censura, y de la censura de toda la vida, la que atañe a la sexualidad en tanto en cuanto ésta se atreve a presentarse abiertamente como tema, como problema.
Matheson no se conforma con el relato convencional de las aventuras fantásticas en un contexto insólito; quiere llegar mucho más lejos y, desgraciadamente, casi todo el mundo sólo  recuerda la historia aquélla del hombrecito que lo pasó fatal como liliputiense por accidente.
Es inevitable aquí mencionar al inefable Gulliver y a los usos que su creador hizo de las proporciones físicas para sacar así las muy ácidas críticas no sólo a la sociedad del XVIII sino a todo el género humano.
La alteración de la percepción, de las dimensiones y las proporciones y, en definitiva, de la perspectiva al  servicio de la crítica y el análisis, le funcionó al escritor irlandés y Matheson hace exactamente lo mismo.
La tesitura de menguar y sus implicaciones ¿Qué consecuencias sociales y psicológicas acarrearía? Como es lógico, la pérdida del empleo como primer golpe y, correlativo al proceso físico, toda una serie de fracasos a nivel emocional.
La pérdida de la pareja y de las relaciones íntimas, la inversión de los roles familiares, donde la hija pequeña desprecia al que ya no ve como padre sino como un muñeco gracioso; en un plano zoológico la inversión de la cadena trófica pasando el ser humano a convertirse en presa potencial para el gato doméstico y en última instancia de la araña. Todas estas inversiones producidas durante el descenso a los infiernos, donde una vida se derrumba de manera irreversible, es el verdadero punto de atención que el autor quiere que cale en el lector.
Y es una verdadera lástima ese olvidado o falta de atención que comentábamos, porque el conflicto humano del protagonista está plasmado de manera brillante e inusual para una novela de género. Creo que volveremos a indagar en este interesante autor, que, con sólo unas pinceladas en una novela, por lo demás, bastante convencional, tiene una pinta interesante. Dicho esto con bastante ignorancia, y no, no consulto la wikipedia.

lunes, 18 de febrero de 2013

La prehistoria era kitsch


   Todos conocemos o hemos visto en las librerías de todo el mundo las novelas que integran la saga de Los hijos de la tierra. Un día u otro el primer tomo tenía que caer, por curiosidad y por el interés que una obra de ficción tan vasta en torno a nuestros ancestros cazadores de mamuts parece suscitar de antemano. Lo cierto es que comencé la primera de la serie, El clan del oso cavernario, con verdadera ilusión; y la terminé sabiendo que una y no más. En otras palabras, la obra de Auel ha supuesto una decepción casi absoluta. Y lo peor de todo es que no esperaba gran cosa, sólo pasar un rato divertido y aprender algo de antropología de paso. Esa máxima clásica del docere et delectare que tanto necesitamos en estos tiempos tan aburridos, donde el exceso acaba por atorar los sentidos y nos hace caer en unas inercias insípidas que amenazan con instalarse para siempre en nuestras vidas: facebook, google o C.S.I, aquí lo dejamos. Auel no lo consigue y os digo por qué.
El relato sigue a pies juntillas las pautas arquetípicas del héroe que tan bien nos desveló Joseph Campbel.
   El inicio nos presenta a una niña neandertal de escasos cinco años que sobrevive a un terremoto quedando huérfana a merced de una naturaleza inmisericorde. Hete aquí que la heroína habiendo sobrevivido al cataclismo, se las ingenia para prolongar su penosa existencia y en el momento cumbre de su desventura, hace frente y se libra sin apenas despeinarse del ataque de un feroz león cavernario. Fruto del encuentro le quedarán unas cicatrices por marca. Poco después la pequeña superviviente es localizada y adoptada por un grupo de otra especie humanoide, predecesora de la suya y, por lo tanto menos evolucionada. Ya tenemos unos sólidos elementos para cimentar la historia: infante huérfano, sobreviviente ante la adversidad, con marcas físicas que le distinguen y adopción donde, además, adelantando acontecimientos, tendrá mentor que habrá de instruirle en los misterios de la vida y la muerte. Y un elemento añadido a priori interesante, el encuentro de dos especies, una en pos de la extinción y la nueva en plena emergencia. No es nueva la ficcionalización de este supuesto encuentro, todavía no aclarado por la ciencia, ya lo vimos plasmado de forma magistral en The Inheritors de William Golding. Las comparaciones son odiosas, y aquí mucho más.
   Tras un buen planteamiento argumental, la ilusión de hacer sentir al lector en la época evocada decae a fuerza de mostrarse irregular, con unos interesantes y muy documentadas descripciones de las hipotéticas costumbres tribales y ritos chamánicos, el punto fuerte de la novela. El problema, uno de ellos, es el personaje principal, esa Ayla convertida en la primera abanderada del feminismo, doctora en farmacia y en sexología, no es creíble. No añado detalles que puedan hacer, como dicen los modernos, "spoiler", pero en resumidas cuentas un personaje demasiado perfecto y carismático para ser creíble. Si nos detuviéramos analizar la credibilidad histórica e incluso lógica de la heroína, daría para un buen artículo.
   Así pues, El clan del oso cavernario nos atrajo, nos aburrió y finalmente nos pareció en algunos momentos ridícula, ejemplo de una amplia documentación etnográfica y antropológica echada a perder en la ficción.

Apología de Stephen King a propósito de "La Cúpula"



    Una de las novelas más divertida que he leído nunca es sin duda La Cúpula. Y que Stephen King divierta a sus lectores no es en absoluto algo que deba sorprendernos. Probablemente el de Portland es el mayor y mejor contador de historias de los últimos cuarenta años. De ahí su interesado encasillamiento como novelista de bestsellers o historias de terror, categoría en la que los críticos y colegas de profesión le han encajonado desde el principio para alivio de la élite intelectual que en Harold Bloom, desvergonzado y dogmático creador de todo un canon occidental, ni más ni menos, encarna uno de los más furibundos detractores de King.
   A esta sarta de académicos de barrigas sobradamente saciadas, coleccionistas de doctorados y honores con nombres en latín, les incomoda sobremanera que un tipo de pueblo, sin apenas recursos en sus inicios, fanático de las películas de terror de bajo presupuesto y adicto a casi todo lo fumable y bebible, se encaramase en el panorama editorial para no bajarse hasta hoy.
    Este individuo, ya felizmente librado de todas sus adicciones menos una, su profesión, escribe mejor que ellos para provocar un efecto extremadamente complejo de lograr en literatura: verosimilitud amena. Es cierto que a esto se llega, entre cosas, mediante el uso del estilo directo, despojado de ambajes retóricos, descarnado, de frase corta, etcétera. Sí. En definitiva, nada que no hayan hecho cientos de reconocidos autores. Pongamos Hemingway, Carver o hasta Ken Follet.
   Ahora bien, llevar el relato a las cotas imaginativas alcanzadas por nuestro autor, es harina de otro costal. Entiendo que Stephen King siga siendo considerado por la rancia ortodoxia un vendedor de novelillas y se resalte ante todo su éxito comercial. Lo masivo sigue actuando de repelente para los que presumen de nadar en las aguas de la alta cultura. El suspense, el misterio, la fantasía o el terror siguen considerándose géneros bajos, valoración ésta absolutamente arbitraria y ajena al hecho literario. Contra qué se defienden los “popes” del cotarro académico, por qué este rechazo establecido y mantenido ya durante siglos. Pocos han valorado el valor LITERARIO de King, más allá de los topicazos de “mago del suspense” o “maestro del género de terror”.
   En ficción, el tejido del argumento lo es todo y aquí el es un magnífico tejedor de historias. Y los detractores lo saben, se lo tragan y se creen sus propias mentiras. Para más INRI, King vive el momento más dulce de su dilatada carrera, cosa que no todos los autores pueden decir. Ahora es mejor escritor y es endiabladamente brillante. La Cúpula está creada con un entusiasmo y una intensidad que parece increíble situarla cronológicamente en la cuarta década de su producción novelesca. Es una barbaridad, porque rebosa de frescura. Cómo lo hará, señor Bloom, a usted, padre del seudocanon, le gustaría saberlo. Cómo ser bueno y vender más. Maldita sea, ese maldito King. Aunque usted tampoco se podrá quejar.
   La Cúpula se reencuentra con los cimientos de su narrativa, la aparición repentina de lo insólito en las anodinas vidas de los pueblos aburridos del condado de Maine, ficticio enclave con fuerza análoga a los mundos creados por Faulkner, Sherwood Anderson o García Márquez entre otros. Mundo que viene cobrando vida y consistencia durante décadas y que el lector fiel de nuestro autor siente familiar y cercano, propio. La unidad y la continuidad crea lectores fieles, y en este caso, devotos.
Y King se mueve con comodidad aparente, así se muestra en el resultado final de la obra, cuando tiene que mover decenas de personajes y de tramas y subtramas paralelas a al hilo central de sus historias.
   En La Cúpula esta cuestión adquiere dimensiones mastodónticas, resueltas con una maestría a la altura. En ella se encuentra todo el universo tan reconocible de los pueblos de Maine, el microcosmos donde habitan los pilares de la sociedad norteamericana, los poderes fácticos del pueblo de calle larga, motel y café de comida rápida; la corrupción, la estupidez, la hipocresía y el fanatismo de los líderes locales, tan bien encarnados por unos personajes de construcción soberbia. Lo imposible se hace cotidiano, asumible, qué maravilla.
   Algún día volveré al otro lado de la cúpula, con los que quedaron dentro para sentir de nuevo esa sensación de quedar atrapado física y emocionalmente por una historia que a este nivel sólo parece posibley concebible en manos de un tal King.