lunes, 22 de abril de 2013

Nuevos aires para la fantasía

   
  
    Las novelas de fantasía de hoy son una patata. Un género tan explotado por la misma vía, la de Tolkien o Rowling, acaba por desecarse hasta ser un producto precocinado, previsible como cualquier tortilla de patatas del súper, sin apenas cebolla y muy lejos de esas que preparaban nuestras madres y abuelas. En este caso, tanto reino, tantas razas de elfos, enanos, orcos y humanos repetidos una y otra vez han acabado por devaluar esta literatura. Un cliché estirado que ya es un tormento, estira que te estira como solía gastárselas el Santo Oficio con sus herejes.
    Qué pensaría Tolkien de todo esto, del maltrato que llevan sufriendo sus personajes, resucitados y replicados en interminables sagas, trilogías y tetralogías. Su Sauron encarnado en cientos de tiranos de medio pelo, su Mordor rebautizado en mil nombres que acaban en "or" por escritores cuya único mérito ha sido alcanzar la fama por el atajo del padre de los hobbits. Tolkien abrió las puertas del éxito y por ellas se han colado las hordas mercenarias de los autores de bestseller, entendido éste como el más vendido, independientemente de su valor propio como obra literaria.
    Como es lógico, existen las excepciones que confirman la regla, y por esa puerta de los buscadores de oro también pasan autores que merecen algo más la pena.
    En ocasiones contadas, la patata tiene sabor, como la propuesta de Patrick Rothfuss en su trilogía Cronología del asesino de reyes, que, a falta del tercer volumen, aporta frescura al podrido mundo de las novelas de fantasía actuales.
    Partamos de que Rothfuss ha sido y es jugador de rol con todo lo que ello implica. El rolero de toda la vida es ese tipo que no se separa de su grupo de roleros amigos, para quien las larguísimas partidas no concluyen nunca, pues al encontrarlo en el ascensor o en la pizzería sigue actuando o hablando como el personaje que lleva años construyendo, puliendo hechizo arriba hechizo abajo. Un denominador común, siento decirlo, es la pesadez y la petulancia de muchos de estos roleros. Esto se debe a que el éxito del jugador pasa por la labia, la astucia y la determinación; vamos, que el tío más listo, manipulador y zalamero es el que incorporará la mejor arma o conjuro a su patrimonio.
    Y ahora imaginemos al rolero Patrick escribiendo un novela. Tan difícil no lo tiene. Crear a un personaje que ha de crecer y evolucionar desde el ingenio y el perfeccionamiento de sus habilidades, como cualquier rol de tablero o de videojuego. Esto aporta la frescura a la que hice referencia pues el discurso que se plasma en las novelas es sólido, los personajes mantienen conversaciones de espesor digno, ingeniosas, divertidas, muy por encima del nivel visto en las obras afines. Y el héroe de estas crónicas es de manera muy clara el rol que maneja el autor, es su personaje que salta del tablero a las páginas, la proyección de este barbudo novelista de éxito.
    Personaje éste, Kvothe, antipático para muchos lectores, en los que me incluyo, por su insufrible perfección humana y sobrehumana. No sólo el muchachito huérfano es muy largo de entendederas y encima petulante sino que además se revela como un campeón del catre o la hera, según se tercie. Todo un macho ibérico. Está claro que muchos lectores, sobre todo masculinos, no perdonarán este dechado de virtudes. Sin embargo la lectura, a pesar de incorporar un personaje algo pobre de matices, es amena y funciona, Kvothe al margen.
    El motivo de esto, un aspecto básico, y el acierto, es el acertado equilibrio logrado entre los reinos de lo real y lo fantástico. Rothfuss, muy listo, sabe bien que el peso de la fantasía no debe exceder demasiado la representación de lo que llamamos real, porque entonces creas un monstruo que coquetea con el absurdo o, peor aún, con el humor, ambos no buscados. Esto sólo cuaja si eres muy bueno, como Tolkien, Lewis o la mismísima J.K. Rowling. Pero hete aquí que lo bueno abunda poco, que en eso está la gracia.
    Por eso el inverosímil adolescente precoz que asesina reyes, se lleva al huerto a lo más granado de aquellos reinos y toca el lute como los mismísimos ángeles, entra con calzador, pero entra, en el mundo ideado por Rothfuss. Ese mundo es el nuestro y se cocina a fuego lento para que comprobemos y reconozcamos nuestras tabernas o las farras estudiantiles -borracheras incluidas- al detalle. Aquí reside la clave para que universo del Asesino de reyes parezca vivo, porque el autor puso todo el empeño en una detenida y pormenorizada descripción de escenas costumbristas, en poner color local a la Mancomunidad, que así se llama el territorio por el que campea Kvothe.
    Tengo decidido leerme la tercera novela, sin esperar nada del otro jueves. No se trata de satisfacer ningún placer estético, que poco hay, pero sí de pasar buenos ratos con unas historias que se desmarcan lo suficiente de la cochambre fantástica que nos desborda. Los que estamos sedientos de sueños se lo agradecemos.        

miércoles, 10 de abril de 2013

Érase un hombre a una nariz despegado



    Pocos apéndices han triunfado en literatura como el nasal. Así a vuelapluma me vienen a la nariz, permítaseme la gracia, el hombre a su nariz pegado de Quevedo, el dotadísimo olfato del Jean-Baptiste Grenouille de Patrick Süskind, y la primera nariz con la que todos nos topamos en la infancia, la de Pinocho.
    Sin embargo, el primer puesto en mi corazón lo ocupa la insolente napia del señor Kovaliov, el desnasado protagonista del relato "La nariz" de Nikolai Gogol, por dos razones, la primera extraliteraria; porque ya moraba esta historia en el corazón de mi novia y me niego a perder la oportunidad de olisquear en él; la segunda, literaria, porque es una narración maravillosa.
    Si no la ha leído, recomiendo que no trate, en una primera aproximación, de desglosar las capas de crítica social para construir teorías sobre el uso de la sátira contra la burocracia rusa. En cambio yo me pondría en el papel de un censor estúpido al que van a engañar a carcajadas mientras le cuelan un laxante en la sopa, o en el de un niño, esos individuos aún no "educastrados", bendita su suerte, para simplemente reír, porque, cuándo fue la última vez que rió con un libro en las manos, y no digo sonreir sino, para que me entiendan, partirse el culo.
    En otras palabras, sería conveniente desprendernos del corsé de las prótesis analíticas y las preconcepciones de manual de crítica literaria para tirarnos a esta piscina de narices y sin flotador.
    Pues no pierda el tiempo y conozca la absurda historia de este desnarigado Grigor Samsa de San Petersburgo, o Scrooge eslavo, para quien el destino ha preparado una faena de las más sonadas al mofarse de paso de las vanidades y los humos de esos señoritos funcionarios. Desde el primer chapuzón le inundará el color local y popular de la vieja Rusia en un chiste contínuo que no se extingue en ningún momento. Por lo tanto, "La nariz" ha de leerse de un tirón, como se huele una flor ¿Acaso un chiste se pospone?
    Sin lugar a dudas, una obra maestra absoluta de la literatura y del incomprendido y complejo ámbito de lo jocoso. Imprescindible tanto si usted tiene "buenas relaciones" como si no. Pregunten a Kovailov por esto último.
       

lunes, 8 de abril de 2013

El primer chupasangres romántico




El Vampiro no es una gran obra de ficción, pero sí es un relato especial por el contexto en que se gestó, durante aquel verano en que coincidieron en Villa Diodati Lord Byron y el matrimonio Shelley, y con ellos John Polidori, autor menor de esta obra y médico de Byron, que supo aprovechar aquello del tiempo y el lugar justos. Y por mucho que no nos encandile, este relato gótico nos lleva a pensar en las noches de verano de 1816, en el noble caserón y un fuego, y en la lectura en voz alta de las obras que nacieron como un ejercicio creativo.

No obstante, si bien el estilo es inconsistente, la caracterización de los personajes chata y el ritmo narrativo fallido, El Vampiro tiene el mérito de ser la historia fundacional de un personaje arquetípico muy vigente en nuestros días, el del vampiro romántico.

Y es de esta obra de donde bebe Bram Stoker, por lo que es justo reivindicar al bueno de John por crear nada menos que un icono que se ha ido encarnando como el conde Drácula, Nosferatu, el Lestat de Rice o incluso en trofeo de caza para nada menos que Buffy, el azote vampírico de nuestros días, ejem…

Insisto en que su valor literario es escaso, pero el esbozo del monstruo de la alta sociedad, refinado y perverso, perseguidor de muchachas inocentes y succionador de sangre y de alegrías, es tan potente, la idea es tan brillante, que ha llegado hasta nosotros más viva que nunca.

El encanto de la bestia seductora con poderes psíquicos y una fuerza sobrehumana nació en Villa Diodati, y eso compensa las carencias de una obra que, sólo por este hito cultural que supone el nacimiento de un arquetipo, merece una lectura.

Concluyo sugiriendo que dicha lectura se haga se haga en voz alta, a la luz de las velas, al calor del hogar, que ponga la tonada de un violín solitario, que llueva, que truene, y que contrate a una institutriz melancólica que le acompañe sentada en una mecedora desvencijada.