miércoles, 10 de abril de 2013

Érase un hombre a una nariz despegado



    Pocos apéndices han triunfado en literatura como el nasal. Así a vuelapluma me vienen a la nariz, permítaseme la gracia, el hombre a su nariz pegado de Quevedo, el dotadísimo olfato del Jean-Baptiste Grenouille de Patrick Süskind, y la primera nariz con la que todos nos topamos en la infancia, la de Pinocho.
    Sin embargo, el primer puesto en mi corazón lo ocupa la insolente napia del señor Kovaliov, el desnasado protagonista del relato "La nariz" de Nikolai Gogol, por dos razones, la primera extraliteraria; porque ya moraba esta historia en el corazón de mi novia y me niego a perder la oportunidad de olisquear en él; la segunda, literaria, porque es una narración maravillosa.
    Si no la ha leído, recomiendo que no trate, en una primera aproximación, de desglosar las capas de crítica social para construir teorías sobre el uso de la sátira contra la burocracia rusa. En cambio yo me pondría en el papel de un censor estúpido al que van a engañar a carcajadas mientras le cuelan un laxante en la sopa, o en el de un niño, esos individuos aún no "educastrados", bendita su suerte, para simplemente reír, porque, cuándo fue la última vez que rió con un libro en las manos, y no digo sonreir sino, para que me entiendan, partirse el culo.
    En otras palabras, sería conveniente desprendernos del corsé de las prótesis analíticas y las preconcepciones de manual de crítica literaria para tirarnos a esta piscina de narices y sin flotador.
    Pues no pierda el tiempo y conozca la absurda historia de este desnarigado Grigor Samsa de San Petersburgo, o Scrooge eslavo, para quien el destino ha preparado una faena de las más sonadas al mofarse de paso de las vanidades y los humos de esos señoritos funcionarios. Desde el primer chapuzón le inundará el color local y popular de la vieja Rusia en un chiste contínuo que no se extingue en ningún momento. Por lo tanto, "La nariz" ha de leerse de un tirón, como se huele una flor ¿Acaso un chiste se pospone?
    Sin lugar a dudas, una obra maestra absoluta de la literatura y del incomprendido y complejo ámbito de lo jocoso. Imprescindible tanto si usted tiene "buenas relaciones" como si no. Pregunten a Kovailov por esto último.
       

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