lunes, 22 de abril de 2013

Nuevos aires para la fantasía

   
  
    Las novelas de fantasía de hoy son una patata. Un género tan explotado por la misma vía, la de Tolkien o Rowling, acaba por desecarse hasta ser un producto precocinado, previsible como cualquier tortilla de patatas del súper, sin apenas cebolla y muy lejos de esas que preparaban nuestras madres y abuelas. En este caso, tanto reino, tantas razas de elfos, enanos, orcos y humanos repetidos una y otra vez han acabado por devaluar esta literatura. Un cliché estirado que ya es un tormento, estira que te estira como solía gastárselas el Santo Oficio con sus herejes.
    Qué pensaría Tolkien de todo esto, del maltrato que llevan sufriendo sus personajes, resucitados y replicados en interminables sagas, trilogías y tetralogías. Su Sauron encarnado en cientos de tiranos de medio pelo, su Mordor rebautizado en mil nombres que acaban en "or" por escritores cuya único mérito ha sido alcanzar la fama por el atajo del padre de los hobbits. Tolkien abrió las puertas del éxito y por ellas se han colado las hordas mercenarias de los autores de bestseller, entendido éste como el más vendido, independientemente de su valor propio como obra literaria.
    Como es lógico, existen las excepciones que confirman la regla, y por esa puerta de los buscadores de oro también pasan autores que merecen algo más la pena.
    En ocasiones contadas, la patata tiene sabor, como la propuesta de Patrick Rothfuss en su trilogía Cronología del asesino de reyes, que, a falta del tercer volumen, aporta frescura al podrido mundo de las novelas de fantasía actuales.
    Partamos de que Rothfuss ha sido y es jugador de rol con todo lo que ello implica. El rolero de toda la vida es ese tipo que no se separa de su grupo de roleros amigos, para quien las larguísimas partidas no concluyen nunca, pues al encontrarlo en el ascensor o en la pizzería sigue actuando o hablando como el personaje que lleva años construyendo, puliendo hechizo arriba hechizo abajo. Un denominador común, siento decirlo, es la pesadez y la petulancia de muchos de estos roleros. Esto se debe a que el éxito del jugador pasa por la labia, la astucia y la determinación; vamos, que el tío más listo, manipulador y zalamero es el que incorporará la mejor arma o conjuro a su patrimonio.
    Y ahora imaginemos al rolero Patrick escribiendo un novela. Tan difícil no lo tiene. Crear a un personaje que ha de crecer y evolucionar desde el ingenio y el perfeccionamiento de sus habilidades, como cualquier rol de tablero o de videojuego. Esto aporta la frescura a la que hice referencia pues el discurso que se plasma en las novelas es sólido, los personajes mantienen conversaciones de espesor digno, ingeniosas, divertidas, muy por encima del nivel visto en las obras afines. Y el héroe de estas crónicas es de manera muy clara el rol que maneja el autor, es su personaje que salta del tablero a las páginas, la proyección de este barbudo novelista de éxito.
    Personaje éste, Kvothe, antipático para muchos lectores, en los que me incluyo, por su insufrible perfección humana y sobrehumana. No sólo el muchachito huérfano es muy largo de entendederas y encima petulante sino que además se revela como un campeón del catre o la hera, según se tercie. Todo un macho ibérico. Está claro que muchos lectores, sobre todo masculinos, no perdonarán este dechado de virtudes. Sin embargo la lectura, a pesar de incorporar un personaje algo pobre de matices, es amena y funciona, Kvothe al margen.
    El motivo de esto, un aspecto básico, y el acierto, es el acertado equilibrio logrado entre los reinos de lo real y lo fantástico. Rothfuss, muy listo, sabe bien que el peso de la fantasía no debe exceder demasiado la representación de lo que llamamos real, porque entonces creas un monstruo que coquetea con el absurdo o, peor aún, con el humor, ambos no buscados. Esto sólo cuaja si eres muy bueno, como Tolkien, Lewis o la mismísima J.K. Rowling. Pero hete aquí que lo bueno abunda poco, que en eso está la gracia.
    Por eso el inverosímil adolescente precoz que asesina reyes, se lleva al huerto a lo más granado de aquellos reinos y toca el lute como los mismísimos ángeles, entra con calzador, pero entra, en el mundo ideado por Rothfuss. Ese mundo es el nuestro y se cocina a fuego lento para que comprobemos y reconozcamos nuestras tabernas o las farras estudiantiles -borracheras incluidas- al detalle. Aquí reside la clave para que universo del Asesino de reyes parezca vivo, porque el autor puso todo el empeño en una detenida y pormenorizada descripción de escenas costumbristas, en poner color local a la Mancomunidad, que así se llama el territorio por el que campea Kvothe.
    Tengo decidido leerme la tercera novela, sin esperar nada del otro jueves. No se trata de satisfacer ningún placer estético, que poco hay, pero sí de pasar buenos ratos con unas historias que se desmarcan lo suficiente de la cochambre fantástica que nos desborda. Los que estamos sedientos de sueños se lo agradecemos.        

miércoles, 10 de abril de 2013

Érase un hombre a una nariz despegado



    Pocos apéndices han triunfado en literatura como el nasal. Así a vuelapluma me vienen a la nariz, permítaseme la gracia, el hombre a su nariz pegado de Quevedo, el dotadísimo olfato del Jean-Baptiste Grenouille de Patrick Süskind, y la primera nariz con la que todos nos topamos en la infancia, la de Pinocho.
    Sin embargo, el primer puesto en mi corazón lo ocupa la insolente napia del señor Kovaliov, el desnasado protagonista del relato "La nariz" de Nikolai Gogol, por dos razones, la primera extraliteraria; porque ya moraba esta historia en el corazón de mi novia y me niego a perder la oportunidad de olisquear en él; la segunda, literaria, porque es una narración maravillosa.
    Si no la ha leído, recomiendo que no trate, en una primera aproximación, de desglosar las capas de crítica social para construir teorías sobre el uso de la sátira contra la burocracia rusa. En cambio yo me pondría en el papel de un censor estúpido al que van a engañar a carcajadas mientras le cuelan un laxante en la sopa, o en el de un niño, esos individuos aún no "educastrados", bendita su suerte, para simplemente reír, porque, cuándo fue la última vez que rió con un libro en las manos, y no digo sonreir sino, para que me entiendan, partirse el culo.
    En otras palabras, sería conveniente desprendernos del corsé de las prótesis analíticas y las preconcepciones de manual de crítica literaria para tirarnos a esta piscina de narices y sin flotador.
    Pues no pierda el tiempo y conozca la absurda historia de este desnarigado Grigor Samsa de San Petersburgo, o Scrooge eslavo, para quien el destino ha preparado una faena de las más sonadas al mofarse de paso de las vanidades y los humos de esos señoritos funcionarios. Desde el primer chapuzón le inundará el color local y popular de la vieja Rusia en un chiste contínuo que no se extingue en ningún momento. Por lo tanto, "La nariz" ha de leerse de un tirón, como se huele una flor ¿Acaso un chiste se pospone?
    Sin lugar a dudas, una obra maestra absoluta de la literatura y del incomprendido y complejo ámbito de lo jocoso. Imprescindible tanto si usted tiene "buenas relaciones" como si no. Pregunten a Kovailov por esto último.
       

lunes, 8 de abril de 2013

El primer chupasangres romántico




El Vampiro no es una gran obra de ficción, pero sí es un relato especial por el contexto en que se gestó, durante aquel verano en que coincidieron en Villa Diodati Lord Byron y el matrimonio Shelley, y con ellos John Polidori, autor menor de esta obra y médico de Byron, que supo aprovechar aquello del tiempo y el lugar justos. Y por mucho que no nos encandile, este relato gótico nos lleva a pensar en las noches de verano de 1816, en el noble caserón y un fuego, y en la lectura en voz alta de las obras que nacieron como un ejercicio creativo.

No obstante, si bien el estilo es inconsistente, la caracterización de los personajes chata y el ritmo narrativo fallido, El Vampiro tiene el mérito de ser la historia fundacional de un personaje arquetípico muy vigente en nuestros días, el del vampiro romántico.

Y es de esta obra de donde bebe Bram Stoker, por lo que es justo reivindicar al bueno de John por crear nada menos que un icono que se ha ido encarnando como el conde Drácula, Nosferatu, el Lestat de Rice o incluso en trofeo de caza para nada menos que Buffy, el azote vampírico de nuestros días, ejem…

Insisto en que su valor literario es escaso, pero el esbozo del monstruo de la alta sociedad, refinado y perverso, perseguidor de muchachas inocentes y succionador de sangre y de alegrías, es tan potente, la idea es tan brillante, que ha llegado hasta nosotros más viva que nunca.

El encanto de la bestia seductora con poderes psíquicos y una fuerza sobrehumana nació en Villa Diodati, y eso compensa las carencias de una obra que, sólo por este hito cultural que supone el nacimiento de un arquetipo, merece una lectura.

Concluyo sugiriendo que dicha lectura se haga se haga en voz alta, a la luz de las velas, al calor del hogar, que ponga la tonada de un violín solitario, que llueva, que truene, y que contrate a una institutriz melancólica que le acompañe sentada en una mecedora desvencijada.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Roma somos nosotros

El mosaico de pompeya

Por fin un libro de historia ameno, de verdad. Después de infinidad de manuales, tratados que nos prometen un enfoque sencillo y gratificante, introducciones a ésta y a aquélla civilización o imperio, después de "tropecientas" aproximaciones y compendios, de breves historias de aquí y allá, nos topamos con Eslava Galán y su Roma de los Césares, quien, desde mi punto de vista es el que mejor ha logrado el milagro de hacer un libro de historia  tan entretenido y apasionante como copiosamente documentado. Y digo apasionante porque destila pasión y amor por el tema, la tan traída y llevada Roma imperial. El lector moderno necesita de autores así, con un instinto formidable y un entusiasmo contagioso; con la virtud de saber exactamente cómo encandilarnos y llevarnos de la mano por la enmarañada historia romana con sabiduría, humor y un estilo irresistible.
Quisiera destacar esto último. El autor hace gala de un español vivo y profundo, elegante y seductor, salpicando las páginas de anécdotas y citas geniales de los maestros latinos, fundamentalmente de Séneca, Marcial, Horacio, Cicerón, Juvenal y Julio César. Nos prepara Eslava Galán una ensalada deliciosa, inspirada donde no falta ingrediente ni aderezo, y los mezcla de manera que no hay comensal que pueda rresisitirse a tan esplendoroso bocado. 
El problema es que, como todo buen plato, se acaba, y nos deja con ganas de más. Y el segundo problema es que los últimos bocados son los mejores, como en las buenas ensaladas, cuando el aceite se concentra en la lechuga y en los restos de tomate y olivas. El capítulo final del libro, si bien es previsible, es justo el que anhelamos, el que nos recuerda que Roma somos nosotros, desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, y, sobre todo, lo somos por pasión. Si el lector disfruta de esta ensalada mediterránea y la hace suya podrá decir con orgullo que "Roma soy yo". Nosotros somos Roma, qué delicia volver a emocionarse en esta melancólica mirada atrás ¿Acaso hay alguna que no lo sea?

lunes, 18 de marzo de 2013

Luciérnagas para la eternidad

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Supongo que no será muy difícil dar con personas que hayan visto la película de animación japonesa La tumba de las luciérnagas, sobre todo si os movéis en el mundo del anime y la cultura pop japonesa. Y bastantes menos habréis leído la excepcional novela corta de Akiyuki Nosaka. Por favor, conseguidla ya.

 Recordaréis la bien cruda historia de dos hermanos que mal sobreviven a los bombardeos atómicos que sufrió Japón en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Y se os habrán quedado en la memoria los dulces personajes del Studio Ghibli  - el Disney oriental, perdóname Miyazaki-, castigados por los más terribles afecciones dermatológicas, irritaciones y supuraciones varias. El inocente y reconocible dibujo de Marco o Heidi hecho unos zorros ¿Os imagináis esto en el mundo Disney? 

Se retrata el horror y la bestialidad de la guerra desde sus consecuencias, desde sus víctimas, y eso tiene un precio que el espectador paga, por ver lo que somos, lo que hicimos y lo que seguimos haciendo, lo que nos avergüenza como sociedad y como especie. Una obra maestra de la animación que no debería perderse nadie y que podrían atreverse a poner en los colegios para que los niños se enteren de que la guerra de verdad no es el Call of Duty.

El paso siguiente es conseguir el libro de Nosaka y disfrutarlo. Es una inquietante muestra de cómo puede transmitirse el dolor más desgarrado, la barbarie, en belleza, en un logro estético delicado, capaz de hacernos disfrutar de pasajes de lirismo intenso, con toda la contención y la intensidad propias del estilo impresionista japonés, donde pinceladas de ternura se dan la mano con brochazos de sangre y vómito. Y por encima de esa ambigua convivencia del dolor, de la inocencia y lo hermoso, el revoloteo de las luciérnagas, eternas, que es la única, pero poderosa, metáfora de la esperanza a la que podemos asirnos en nuestro viaje al infierno de la guerra.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Sobre Dioses, Tumbas y Sabios


El ensayo de Ceram (1949) nos traslada a esa infancia anterior a internet, donde todo nos lo contaban en la tele o los libros pero que, en todo caso, no encontrábamos con un clic del entonces nonato ratón, cuando la wikipedia era una ristra de volúmenes que llamábamos enciclopedia.
 Entonces todavía existía la emoción del descubrimiento, había niños que querían ser arqueólogos, zoólogos o paleontólogos; por el misterio, por la falta de medios tecnológicos que hacía de los investigadores de antaño aventureros y en muchos casos héroes, hombres más libres incluso sin la tiranía de los gadgets electrónicos de hoy. Hombres de carne y hueso, sin las prótesis de Apple adheridas a su cuerpo. Individuos que sudaban  y perseguían ideales, que se abrían paso con machete, pico y pala. Aquellos arqueólogos y aquellos niños que soñaban con ser Indiana Jones en mis años mozos. Ése es el mundo que Dioses, tumbas y sabios nos devuelve.
Es un baño de nostalgia y una punzada honda la que puedes sufrir, lector, al recorrer las historias de los pioneros que desenterraban tumbas y profanaban cámaras del tesoro. Maldiciones, oro a los pies de los sarcófagos, sabiduría en bibliotecas sepultadas por una arena más implacable que el olvido o el fanatismo religioso, todo esto en las páginas de una obra preciosa, ya que debemos atesorarla, protegerla de este mundo y no perder de vista lo que fuimos, y lo que fueron los niños lectores victorianos que leyeron La isla del tesoro, los niños que hacían uso de la imaginación, esa cosa de antes.
Ceram realiza un homenaje entrañable a los héroes que tenían un sueño y lo cumplieron, sin radares, submarinos a control remoto ni computadoras; los arqueólogos que hicieron posible para el hombre moderno la resurrección de Pompeya, Troya , el Valle de los Reyes o Tikal, los últimos románticos.

miércoles, 27 de febrero de 2013

El tamaño importa


El amplio colectivo de lectores devotos de la ciencia ficción tienen a Matheson como uno de sus gurúes predilectos, si bien El increíble hombre menguante no recibe la misma querencia que otras de sus obras. Las nuevas generaciones sobre todo han adoptado Soy leyenda como estandarte de su corpus narrativo. Aquella del hombre menguante era la historia del individuo que es víctima de un desafortunado accidente químico cuya consecuencia es la mengua progresiva de su volumen corporal hasta reducirlo a un ser microscópico.
Es una novela entretenida y bien escrita, cargada de aventuras en miniatura, con una incansable villana, la araña del garaje que persigue implacable al mini héroe. Pero esto no es lo que más nos llama la atención en pleno siglo ventiuno sino otras dimensiones de la obra que parecen haber sido olvidadas y que, a nuestro entender, conservan una vigencia que no deja lugar a dudas. Hay una manera muy sencilla de deducir qué aspectos son éstos, simplemente cotejando la novela con su adaptación cinematográfica y fijándonos en los pasajes eliminados. Hablamos, claro está, de censura, y de la censura de toda la vida, la que atañe a la sexualidad en tanto en cuanto ésta se atreve a presentarse abiertamente como tema, como problema.
Matheson no se conforma con el relato convencional de las aventuras fantásticas en un contexto insólito; quiere llegar mucho más lejos y, desgraciadamente, casi todo el mundo sólo  recuerda la historia aquélla del hombrecito que lo pasó fatal como liliputiense por accidente.
Es inevitable aquí mencionar al inefable Gulliver y a los usos que su creador hizo de las proporciones físicas para sacar así las muy ácidas críticas no sólo a la sociedad del XVIII sino a todo el género humano.
La alteración de la percepción, de las dimensiones y las proporciones y, en definitiva, de la perspectiva al  servicio de la crítica y el análisis, le funcionó al escritor irlandés y Matheson hace exactamente lo mismo.
La tesitura de menguar y sus implicaciones ¿Qué consecuencias sociales y psicológicas acarrearía? Como es lógico, la pérdida del empleo como primer golpe y, correlativo al proceso físico, toda una serie de fracasos a nivel emocional.
La pérdida de la pareja y de las relaciones íntimas, la inversión de los roles familiares, donde la hija pequeña desprecia al que ya no ve como padre sino como un muñeco gracioso; en un plano zoológico la inversión de la cadena trófica pasando el ser humano a convertirse en presa potencial para el gato doméstico y en última instancia de la araña. Todas estas inversiones producidas durante el descenso a los infiernos, donde una vida se derrumba de manera irreversible, es el verdadero punto de atención que el autor quiere que cale en el lector.
Y es una verdadera lástima ese olvidado o falta de atención que comentábamos, porque el conflicto humano del protagonista está plasmado de manera brillante e inusual para una novela de género. Creo que volveremos a indagar en este interesante autor, que, con sólo unas pinceladas en una novela, por lo demás, bastante convencional, tiene una pinta interesante. Dicho esto con bastante ignorancia, y no, no consulto la wikipedia.

lunes, 18 de febrero de 2013

La prehistoria era kitsch


   Todos conocemos o hemos visto en las librerías de todo el mundo las novelas que integran la saga de Los hijos de la tierra. Un día u otro el primer tomo tenía que caer, por curiosidad y por el interés que una obra de ficción tan vasta en torno a nuestros ancestros cazadores de mamuts parece suscitar de antemano. Lo cierto es que comencé la primera de la serie, El clan del oso cavernario, con verdadera ilusión; y la terminé sabiendo que una y no más. En otras palabras, la obra de Auel ha supuesto una decepción casi absoluta. Y lo peor de todo es que no esperaba gran cosa, sólo pasar un rato divertido y aprender algo de antropología de paso. Esa máxima clásica del docere et delectare que tanto necesitamos en estos tiempos tan aburridos, donde el exceso acaba por atorar los sentidos y nos hace caer en unas inercias insípidas que amenazan con instalarse para siempre en nuestras vidas: facebook, google o C.S.I, aquí lo dejamos. Auel no lo consigue y os digo por qué.
El relato sigue a pies juntillas las pautas arquetípicas del héroe que tan bien nos desveló Joseph Campbel.
   El inicio nos presenta a una niña neandertal de escasos cinco años que sobrevive a un terremoto quedando huérfana a merced de una naturaleza inmisericorde. Hete aquí que la heroína habiendo sobrevivido al cataclismo, se las ingenia para prolongar su penosa existencia y en el momento cumbre de su desventura, hace frente y se libra sin apenas despeinarse del ataque de un feroz león cavernario. Fruto del encuentro le quedarán unas cicatrices por marca. Poco después la pequeña superviviente es localizada y adoptada por un grupo de otra especie humanoide, predecesora de la suya y, por lo tanto menos evolucionada. Ya tenemos unos sólidos elementos para cimentar la historia: infante huérfano, sobreviviente ante la adversidad, con marcas físicas que le distinguen y adopción donde, además, adelantando acontecimientos, tendrá mentor que habrá de instruirle en los misterios de la vida y la muerte. Y un elemento añadido a priori interesante, el encuentro de dos especies, una en pos de la extinción y la nueva en plena emergencia. No es nueva la ficcionalización de este supuesto encuentro, todavía no aclarado por la ciencia, ya lo vimos plasmado de forma magistral en The Inheritors de William Golding. Las comparaciones son odiosas, y aquí mucho más.
   Tras un buen planteamiento argumental, la ilusión de hacer sentir al lector en la época evocada decae a fuerza de mostrarse irregular, con unos interesantes y muy documentadas descripciones de las hipotéticas costumbres tribales y ritos chamánicos, el punto fuerte de la novela. El problema, uno de ellos, es el personaje principal, esa Ayla convertida en la primera abanderada del feminismo, doctora en farmacia y en sexología, no es creíble. No añado detalles que puedan hacer, como dicen los modernos, "spoiler", pero en resumidas cuentas un personaje demasiado perfecto y carismático para ser creíble. Si nos detuviéramos analizar la credibilidad histórica e incluso lógica de la heroína, daría para un buen artículo.
   Así pues, El clan del oso cavernario nos atrajo, nos aburrió y finalmente nos pareció en algunos momentos ridícula, ejemplo de una amplia documentación etnográfica y antropológica echada a perder en la ficción.

Apología de Stephen King a propósito de "La Cúpula"



    Una de las novelas más divertida que he leído nunca es sin duda La Cúpula. Y que Stephen King divierta a sus lectores no es en absoluto algo que deba sorprendernos. Probablemente el de Portland es el mayor y mejor contador de historias de los últimos cuarenta años. De ahí su interesado encasillamiento como novelista de bestsellers o historias de terror, categoría en la que los críticos y colegas de profesión le han encajonado desde el principio para alivio de la élite intelectual que en Harold Bloom, desvergonzado y dogmático creador de todo un canon occidental, ni más ni menos, encarna uno de los más furibundos detractores de King.
   A esta sarta de académicos de barrigas sobradamente saciadas, coleccionistas de doctorados y honores con nombres en latín, les incomoda sobremanera que un tipo de pueblo, sin apenas recursos en sus inicios, fanático de las películas de terror de bajo presupuesto y adicto a casi todo lo fumable y bebible, se encaramase en el panorama editorial para no bajarse hasta hoy.
    Este individuo, ya felizmente librado de todas sus adicciones menos una, su profesión, escribe mejor que ellos para provocar un efecto extremadamente complejo de lograr en literatura: verosimilitud amena. Es cierto que a esto se llega, entre cosas, mediante el uso del estilo directo, despojado de ambajes retóricos, descarnado, de frase corta, etcétera. Sí. En definitiva, nada que no hayan hecho cientos de reconocidos autores. Pongamos Hemingway, Carver o hasta Ken Follet.
   Ahora bien, llevar el relato a las cotas imaginativas alcanzadas por nuestro autor, es harina de otro costal. Entiendo que Stephen King siga siendo considerado por la rancia ortodoxia un vendedor de novelillas y se resalte ante todo su éxito comercial. Lo masivo sigue actuando de repelente para los que presumen de nadar en las aguas de la alta cultura. El suspense, el misterio, la fantasía o el terror siguen considerándose géneros bajos, valoración ésta absolutamente arbitraria y ajena al hecho literario. Contra qué se defienden los “popes” del cotarro académico, por qué este rechazo establecido y mantenido ya durante siglos. Pocos han valorado el valor LITERARIO de King, más allá de los topicazos de “mago del suspense” o “maestro del género de terror”.
   En ficción, el tejido del argumento lo es todo y aquí el es un magnífico tejedor de historias. Y los detractores lo saben, se lo tragan y se creen sus propias mentiras. Para más INRI, King vive el momento más dulce de su dilatada carrera, cosa que no todos los autores pueden decir. Ahora es mejor escritor y es endiabladamente brillante. La Cúpula está creada con un entusiasmo y una intensidad que parece increíble situarla cronológicamente en la cuarta década de su producción novelesca. Es una barbaridad, porque rebosa de frescura. Cómo lo hará, señor Bloom, a usted, padre del seudocanon, le gustaría saberlo. Cómo ser bueno y vender más. Maldita sea, ese maldito King. Aunque usted tampoco se podrá quejar.
   La Cúpula se reencuentra con los cimientos de su narrativa, la aparición repentina de lo insólito en las anodinas vidas de los pueblos aburridos del condado de Maine, ficticio enclave con fuerza análoga a los mundos creados por Faulkner, Sherwood Anderson o García Márquez entre otros. Mundo que viene cobrando vida y consistencia durante décadas y que el lector fiel de nuestro autor siente familiar y cercano, propio. La unidad y la continuidad crea lectores fieles, y en este caso, devotos.
Y King se mueve con comodidad aparente, así se muestra en el resultado final de la obra, cuando tiene que mover decenas de personajes y de tramas y subtramas paralelas a al hilo central de sus historias.
   En La Cúpula esta cuestión adquiere dimensiones mastodónticas, resueltas con una maestría a la altura. En ella se encuentra todo el universo tan reconocible de los pueblos de Maine, el microcosmos donde habitan los pilares de la sociedad norteamericana, los poderes fácticos del pueblo de calle larga, motel y café de comida rápida; la corrupción, la estupidez, la hipocresía y el fanatismo de los líderes locales, tan bien encarnados por unos personajes de construcción soberbia. Lo imposible se hace cotidiano, asumible, qué maravilla.
   Algún día volveré al otro lado de la cúpula, con los que quedaron dentro para sentir de nuevo esa sensación de quedar atrapado física y emocionalmente por una historia que a este nivel sólo parece posibley concebible en manos de un tal King.