lunes, 18 de febrero de 2013

La prehistoria era kitsch


   Todos conocemos o hemos visto en las librerías de todo el mundo las novelas que integran la saga de Los hijos de la tierra. Un día u otro el primer tomo tenía que caer, por curiosidad y por el interés que una obra de ficción tan vasta en torno a nuestros ancestros cazadores de mamuts parece suscitar de antemano. Lo cierto es que comencé la primera de la serie, El clan del oso cavernario, con verdadera ilusión; y la terminé sabiendo que una y no más. En otras palabras, la obra de Auel ha supuesto una decepción casi absoluta. Y lo peor de todo es que no esperaba gran cosa, sólo pasar un rato divertido y aprender algo de antropología de paso. Esa máxima clásica del docere et delectare que tanto necesitamos en estos tiempos tan aburridos, donde el exceso acaba por atorar los sentidos y nos hace caer en unas inercias insípidas que amenazan con instalarse para siempre en nuestras vidas: facebook, google o C.S.I, aquí lo dejamos. Auel no lo consigue y os digo por qué.
El relato sigue a pies juntillas las pautas arquetípicas del héroe que tan bien nos desveló Joseph Campbel.
   El inicio nos presenta a una niña neandertal de escasos cinco años que sobrevive a un terremoto quedando huérfana a merced de una naturaleza inmisericorde. Hete aquí que la heroína habiendo sobrevivido al cataclismo, se las ingenia para prolongar su penosa existencia y en el momento cumbre de su desventura, hace frente y se libra sin apenas despeinarse del ataque de un feroz león cavernario. Fruto del encuentro le quedarán unas cicatrices por marca. Poco después la pequeña superviviente es localizada y adoptada por un grupo de otra especie humanoide, predecesora de la suya y, por lo tanto menos evolucionada. Ya tenemos unos sólidos elementos para cimentar la historia: infante huérfano, sobreviviente ante la adversidad, con marcas físicas que le distinguen y adopción donde, además, adelantando acontecimientos, tendrá mentor que habrá de instruirle en los misterios de la vida y la muerte. Y un elemento añadido a priori interesante, el encuentro de dos especies, una en pos de la extinción y la nueva en plena emergencia. No es nueva la ficcionalización de este supuesto encuentro, todavía no aclarado por la ciencia, ya lo vimos plasmado de forma magistral en The Inheritors de William Golding. Las comparaciones son odiosas, y aquí mucho más.
   Tras un buen planteamiento argumental, la ilusión de hacer sentir al lector en la época evocada decae a fuerza de mostrarse irregular, con unos interesantes y muy documentadas descripciones de las hipotéticas costumbres tribales y ritos chamánicos, el punto fuerte de la novela. El problema, uno de ellos, es el personaje principal, esa Ayla convertida en la primera abanderada del feminismo, doctora en farmacia y en sexología, no es creíble. No añado detalles que puedan hacer, como dicen los modernos, "spoiler", pero en resumidas cuentas un personaje demasiado perfecto y carismático para ser creíble. Si nos detuviéramos analizar la credibilidad histórica e incluso lógica de la heroína, daría para un buen artículo.
   Así pues, El clan del oso cavernario nos atrajo, nos aburrió y finalmente nos pareció en algunos momentos ridícula, ejemplo de una amplia documentación etnográfica y antropológica echada a perder en la ficción.

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