lunes, 18 de febrero de 2013

Apología de Stephen King a propósito de "La Cúpula"



    Una de las novelas más divertida que he leído nunca es sin duda La Cúpula. Y que Stephen King divierta a sus lectores no es en absoluto algo que deba sorprendernos. Probablemente el de Portland es el mayor y mejor contador de historias de los últimos cuarenta años. De ahí su interesado encasillamiento como novelista de bestsellers o historias de terror, categoría en la que los críticos y colegas de profesión le han encajonado desde el principio para alivio de la élite intelectual que en Harold Bloom, desvergonzado y dogmático creador de todo un canon occidental, ni más ni menos, encarna uno de los más furibundos detractores de King.
   A esta sarta de académicos de barrigas sobradamente saciadas, coleccionistas de doctorados y honores con nombres en latín, les incomoda sobremanera que un tipo de pueblo, sin apenas recursos en sus inicios, fanático de las películas de terror de bajo presupuesto y adicto a casi todo lo fumable y bebible, se encaramase en el panorama editorial para no bajarse hasta hoy.
    Este individuo, ya felizmente librado de todas sus adicciones menos una, su profesión, escribe mejor que ellos para provocar un efecto extremadamente complejo de lograr en literatura: verosimilitud amena. Es cierto que a esto se llega, entre cosas, mediante el uso del estilo directo, despojado de ambajes retóricos, descarnado, de frase corta, etcétera. Sí. En definitiva, nada que no hayan hecho cientos de reconocidos autores. Pongamos Hemingway, Carver o hasta Ken Follet.
   Ahora bien, llevar el relato a las cotas imaginativas alcanzadas por nuestro autor, es harina de otro costal. Entiendo que Stephen King siga siendo considerado por la rancia ortodoxia un vendedor de novelillas y se resalte ante todo su éxito comercial. Lo masivo sigue actuando de repelente para los que presumen de nadar en las aguas de la alta cultura. El suspense, el misterio, la fantasía o el terror siguen considerándose géneros bajos, valoración ésta absolutamente arbitraria y ajena al hecho literario. Contra qué se defienden los “popes” del cotarro académico, por qué este rechazo establecido y mantenido ya durante siglos. Pocos han valorado el valor LITERARIO de King, más allá de los topicazos de “mago del suspense” o “maestro del género de terror”.
   En ficción, el tejido del argumento lo es todo y aquí el es un magnífico tejedor de historias. Y los detractores lo saben, se lo tragan y se creen sus propias mentiras. Para más INRI, King vive el momento más dulce de su dilatada carrera, cosa que no todos los autores pueden decir. Ahora es mejor escritor y es endiabladamente brillante. La Cúpula está creada con un entusiasmo y una intensidad que parece increíble situarla cronológicamente en la cuarta década de su producción novelesca. Es una barbaridad, porque rebosa de frescura. Cómo lo hará, señor Bloom, a usted, padre del seudocanon, le gustaría saberlo. Cómo ser bueno y vender más. Maldita sea, ese maldito King. Aunque usted tampoco se podrá quejar.
   La Cúpula se reencuentra con los cimientos de su narrativa, la aparición repentina de lo insólito en las anodinas vidas de los pueblos aburridos del condado de Maine, ficticio enclave con fuerza análoga a los mundos creados por Faulkner, Sherwood Anderson o García Márquez entre otros. Mundo que viene cobrando vida y consistencia durante décadas y que el lector fiel de nuestro autor siente familiar y cercano, propio. La unidad y la continuidad crea lectores fieles, y en este caso, devotos.
Y King se mueve con comodidad aparente, así se muestra en el resultado final de la obra, cuando tiene que mover decenas de personajes y de tramas y subtramas paralelas a al hilo central de sus historias.
   En La Cúpula esta cuestión adquiere dimensiones mastodónticas, resueltas con una maestría a la altura. En ella se encuentra todo el universo tan reconocible de los pueblos de Maine, el microcosmos donde habitan los pilares de la sociedad norteamericana, los poderes fácticos del pueblo de calle larga, motel y café de comida rápida; la corrupción, la estupidez, la hipocresía y el fanatismo de los líderes locales, tan bien encarnados por unos personajes de construcción soberbia. Lo imposible se hace cotidiano, asumible, qué maravilla.
   Algún día volveré al otro lado de la cúpula, con los que quedaron dentro para sentir de nuevo esa sensación de quedar atrapado física y emocionalmente por una historia que a este nivel sólo parece posibley concebible en manos de un tal King.

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