lunes, 8 de abril de 2013

El primer chupasangres romántico




El Vampiro no es una gran obra de ficción, pero sí es un relato especial por el contexto en que se gestó, durante aquel verano en que coincidieron en Villa Diodati Lord Byron y el matrimonio Shelley, y con ellos John Polidori, autor menor de esta obra y médico de Byron, que supo aprovechar aquello del tiempo y el lugar justos. Y por mucho que no nos encandile, este relato gótico nos lleva a pensar en las noches de verano de 1816, en el noble caserón y un fuego, y en la lectura en voz alta de las obras que nacieron como un ejercicio creativo.

No obstante, si bien el estilo es inconsistente, la caracterización de los personajes chata y el ritmo narrativo fallido, El Vampiro tiene el mérito de ser la historia fundacional de un personaje arquetípico muy vigente en nuestros días, el del vampiro romántico.

Y es de esta obra de donde bebe Bram Stoker, por lo que es justo reivindicar al bueno de John por crear nada menos que un icono que se ha ido encarnando como el conde Drácula, Nosferatu, el Lestat de Rice o incluso en trofeo de caza para nada menos que Buffy, el azote vampírico de nuestros días, ejem…

Insisto en que su valor literario es escaso, pero el esbozo del monstruo de la alta sociedad, refinado y perverso, perseguidor de muchachas inocentes y succionador de sangre y de alegrías, es tan potente, la idea es tan brillante, que ha llegado hasta nosotros más viva que nunca.

El encanto de la bestia seductora con poderes psíquicos y una fuerza sobrehumana nació en Villa Diodati, y eso compensa las carencias de una obra que, sólo por este hito cultural que supone el nacimiento de un arquetipo, merece una lectura.

Concluyo sugiriendo que dicha lectura se haga se haga en voz alta, a la luz de las velas, al calor del hogar, que ponga la tonada de un violín solitario, que llueva, que truene, y que contrate a una institutriz melancólica que le acompañe sentada en una mecedora desvencijada.

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