Elephant (Gus Van Sant) es
una película atípica de instituto americano y fauna autóctona.
Pocas veces asistimos a un retrato fiel sobre chicos y chicas
normales, seres humanos despojados de la caricatura y patrón
abusados hasta la saciedad. Los que van a morir nos saludan sin
conocer su destino ni nuestra presencia. Los verdugos tampoco, los
muchachos inadaptados y deformados hasta su rol de cabrón resentido.
Esos tampoco saben que sabemos lo de la carnicería planeada al
detalle y lo de sus mimitos en la ducha. Seguimos a las victimas en
su itinerario por los pasillos del centro escolar sin que se enteren
de nada, por la espalda. Conocemos a la fea porque sí y porque se
empeña en seguir siéndolo en su refugio de la biblioteca, empujando
los carritos. Hasta nunca. Esta el guaperas con su novia, el chico
normal introvertido sin pasarse y el inquieto que se come el mundo
con su cámara hasta que se le indigesta poco antes o después que al
guaperas, cuando los chicos enfadados que se aman en secreto les dan
fin. Y hay otros como éstos, y los amamos porque les creemos. Chicos
normales, gracias a Dios. Lástima que tuvieran que vivir todo eso.
Elephant
es una
lección de como
se cuenta
una historia,
un momento
de cine
difícil de
superar porque
encuentra una
formula
documental
insuperable sin
resultar un
bodrio. No
solo no
lo es
sino que,
muy al
contrario, es
emocionante. Y
emocionar es
mostrarnos a
las personas
como personas,
nada más
y nada
menos. Hay
que ser
muy bueno
para atreverse
a hacer
algo así y
lograrlo, señor
Van Sant.
Gracias; y
nuestro recuerdo
para todas
las vidas
que han
sido arrebatadas
por cabrones
frustrados a
los que
no les
gustaban los
lunes.
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