viernes, 6 de julio de 2012

El viaje del Elefante, de José Saramago

Saramago debió quedar fascinado por un episodio de la historia en el que el que el rey Juan III de Portugal decide regalarle su elefante al archiduque Maximiliano de Austria aprovechando su estancia en Valladolid. La ruta seguida por el animal, su cuidador hindú y la escolta dejó Portugal rumbo a Castilla, cruzó el Mediterraneo hasta Italia y atravesó los Alpes llegando penosamente al Danubio que al fin los condujo en pos de la Viena imperial.
Tamaña odisea queda plasmada en una de las últimas novelas del escritor luso. Puesto que calificar de brillante una obra de este genial portugués es redundante y ya aburre, me limitaré a decir que es deliciosa en el sentido rotundo de la palabra, un acto poético mas, y han sido tantos...
La idea del viaje era concebida en el mismísimo real lecho de los monarcas portugueses, circunstancia que da arranque a la narración. Se inicia así un relato que, desde la intimidad del colchón, se decanta por acercarnos a aquellos seres humanos dueños de los destinos del mundo con ternura y una dulce pizca de mala uva.
Una divertida comitiva de soldados y el cornaca, el cuidador del elefante, partirá en una quijotesca marcha preñada de aventuras y humor, donde la inefable estupidez de los personajes lo salpica todo.
Porque en El viaje del elefante la estupidez humana es el tema principal, pero es tratada con bondad, simpatía y, sobre todo, con la sabia comprensión del narrador. La ignorancia delirante del hombre de Estado y la de la soldadesca, contrasta con la del mesurado y pragmático cornaca, trasunto de Sancho, claro está, sin olvidar al paquidermo, que, si hubiera alguna duda de su superior conocimiento de la vida, Salomón se llama.
Otra lección de Saramago,  otro placer.

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