domingo, 30 de septiembre de 2012

Animal de costumbres


Casi todas las mañanas, a las 10:04 A.M. cruzo mis pasos con una señora teñida de un negro opaco, a la altura de un garage. Como esto sucede siempre, sé que soy una persona puntual, igual que ella. Vamos los dos bien de tiempo. Si me la cruzara dos manzanas antes tendría que echar un vistazo al reloj y acelerar el ritmo; y si el encuentro se produjera cien metros más delante, pensaría que se ha quedado dormida un minuto.
En este dominio de las horas al que vivimos sometidos, el reloj no es el único timonel. La máquina puede fallar en cualquier momento. Por eso, nuestro espabilado cerebro prefiere aferrarse a otros mecanismos menos precisos, aunque infalibles. Uno de ellos es el flujo cíclico de personas y animales (sus mascotas) por la calle. Nos une el tiempo de las frecuencias. En esa maquinaria exacta , los distintos elementos recorren las venas y arterias de nuestras ciudades con unos puntos de partida y destino calculados, y de este modo todo funciona como un organismo único. Las minúsculas partículas que recorremos el circuito en cuestión entablamos relaciones semejantes a las que establecen las hormigas con sus antenas.
Si no pretendemos igualarnos a los habitantes de un hormiguero será mejor que tengamos nuestras antenas bien orientadas y, sobre todo, que seamos conscientes de nuestro papel dentro y fuera del circuito. Las pobres soldado, obreras y reina no se cuestionan más allá de su papel en el colectivo. Nosotros, sin embargo, somos capaces de trascender lo profesional, nuestra misión práctica, y optar a algo más que no sea llenar el bolsillo. Eso que está al otro lado del recorrido diario de casa al trabajo y del trabajo a casa se llama personalidad y no es sencilla de conquistar o cultivar.
Para pasar de la rutina animal a la humana tenemos que ser capaces de dar ese paso, complicada cuestión para las nuevas generaciones de hombres y mujeres light que confunden su desarrollo extra-profesional exclusivamente con un ocio vacío pero muy regido por esos horarios de los que nunca conseguirán librarse.

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